¿Qué es la personalidad?
Esta pregunta es fácil de plantear, pero difícil de responder incluso teniendo en cuenta que, como idea, la personalidad tiene miles de años de antigüedad.
Desde el punto de vista histórico, la palabra personalidad deriva del término griego persona, que originalmente representaba la máscara utilizada por los actores de teatro. Su significación ha cambiado a lo largo de la historia. Como tal máscara, sugería una pretensión de apariencia, o sea, la posesión de otros rasgos, además de los que normalmente caracterizaban al individuo que había tras la máscara. Con el tiempo, el término persona perdió la connotación de ilusión y pretensión, y empezó a representar no a la máscara, sino la persona real, sus características aparentes, explícitas y manifiestas. El tercer y último significado que ha adquirido el término personalidad va más allá de lo que se aprecia en la superficie y se centra en las características psicológicas más internas, ocultas y menos aparentes del individuo.
Por tanto, a través de la historia el significado de este término ha cambiado desde la ilusión externa a la realidad aparente y finalmente los rasgos internos menos visibles. El tercer significado es el más cercano a su uso contemporáneo.
La personalidad se concibe actualmente como un patrón complejo de características psicológicas profundamente arraigadas, que son en su mayor parte inconcientes y difíciles de cambiar, y se expresan automáticamente en casi todas las áreas de funcionamiento del individuo. Estos rasgos intrínsecos y generales surgen de una complicada matriz de determinantes biológicos y aprendizajes, y en última instancia comprenden el patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, relacionarse, comportarse y afrontar las dificultades de un individuo.
Así pues, uno de los elementos clave de la personalidad es el hecho de que permanece relativamente estable a lo largo de toda la vida. Y este elemento vale tanto para caracterizar a las personalidades sanas o normales, como a las anormales o perturbadas. Este aspecto sirve para establecer un punto de partida fundamental: cuando hablamos de una personalidad anormal, patológica o trastornada, hacemos referencia a todo el modo de ser de un individuo, y no a aspectos concretos o parciales. Por ejemplo, cuando en psicopatología hablamos de que tal o cual individuo tiene una depresión, nos estamos refiriendo a que esa persona presenta una alteración, un cambio, en su modo de ser o de comportarse habitual, pero suponemos que se trata de una alteración precisamente porque esa persona normalmente no es así, no se comporta ni se expresa de ese modo. Sin embargo, cuando hablamos de Trastornos de la Personalidad, nos referiremos a que el modo de ser habitual de ese individuo es enfermizo, patológico o anormal, ya que porque no es el modo de ser más frecuente a las personas de su entorno, ya porque no se ajusta a lo que cabría esperar del sujeto teniendo en cuenta su contexto sociocultural, su formación, etc.
Rasgo y Trastorno de la personalidad
En nuestra práctica, es importante saber dilucidar si nos hallamos frente a rasgos normales o, por el contrario, patológicos de la personalidad. En realidad, tanto la personalidad normal como la patológica está formada por rasgos, que fluctúan en intensidad de unas personas a otras. En principio no hay rasgos “buenos” ni rasgos “malos”. Ser extrovertido no es ni mejor ni peor que ser introvertido: en todo caso, es más o menos útil o conveniente socialmente, dependiendo de las circunstancias. Sin embargo, sí podemos preguntarnos cuándo un rasgo deja de ser normal y pasa a convertirse en patológico.
La respuesta no es fácil ni unívoca, pero en términos generales podemos decir que un rasgo de personalidad deja de ser normal y empieza a resultar sospechoso de ser patológico cuando:
Por el contrario, en una personalidad funcional, los rasgos reflejan:
Trastornos de personalidad
El DSM-IV contempla diez Trastornos de Personalidad (TP), además de una categoría residual (No especificado), y otros dos posibles trastornos (depresivo y pasivo-agresivo o negativista) que se plantean como propuestas para estudios posteriores y, por lo tanto, no aparecen en el capítulo dedicado a los TP sino en el apéndice B, dedicado a trastornos en estudio.
Los diez trastornos aparecen agrupados en tres hipotéticos conjuntos, establecidos sobre la base de ciertas similitudes clínicas:
1) Grupo A: Agrupados por ser sujetos con personalidades franca y manifiestamente “raras, excéntricas o inusuales”. Está formado por los trastornos:
2) Grupo B: Agrupados sobre la base de su tendencia a mostrarse “dramáticos, emotivos e imprevisibles”. Incluye los trastornos:
3) Grupo C: Agrupados en función de que suelen parecer personas “ansiosas o temerosas”, que pertenecen a las categorías de los trastornos:
Modelo Multiaxial
El hecho más importante respecto a los TP del DSM-III fue su separación del cuerpo principal de síndromes clínicos y su ubicación en un eje independiente.
En el pasado, los clínicos se encontraban ante la disyuntiva de decidir si en un paciente era más diagnosticable un síndrome de la personalidad o un síndrome de síntomas: ya no será necesario realizar tal elección. En adelante, los clínicos pueden registrar no sólo el cuadro clínico actual, sino también las características que configuran el comportamiento de la persona durante prolongados períodos de tiempo, tanto previos como concurrentes con los síntomas actuales.
En el DSM-IV los TP se clasifican en el Eje II, junto con el retraso mental. La inclusión de ambos conjuntos de trastornos en un eje común, diferente del primero de los ejes, que recoge los propiamente denominados trastornos mentales, responde probablemente al deseo de acentuar la invariabilidad y/o estabilidad a lo largo del ciclo vital de los TP, que compartían esta característica con el retraso mental: una condición que, por decirlo de un modo gráfico, no “se aprende”, sino que el individuo “nace” con ella.
Otra característica relevante es la de que estamos ante un grupo de trastornos primarios, y por lo tanto, no deben diagnosticarse cuando sean secundarios a, o consecuencia de, otra patología, ya sea ésta un trastorno mental del Eje I, un trastorno motivado por adicción a sustancias o por una enfermedad médica.
Melina Villalonga
Psicóloga | Matrícula 4027
Directora de AREAP
Terapeuta cognitivo
Sexóloga y Educadora Sexual
Docente del seminario “Psicoterapia Cognitiva” en la Facultad de psicología (UNR)
melinavillalonga@hotmail.com
Junio de 2013
Bibliografía
Aaron T. Beck, Arthur Freeman & otros. Terapia cognitiva de los trastornos de personalidad. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2005
Millon, Theodore & Davis, Roger D. Trastornos de la personalidad. Más allá del DSM-IV. Primera edición 1998. Reimpresiones 1999 (2), 2000, 2003, 2004. Barcelona: Editorial Masson.
Amparo Belloch & Héctor Fernández Álvarez – Trastornos de la personalidad. Editorial Síntesis S.A., 2002