Personalidades Obsesivo Compulsivas Personalidades Obsesivo Compulsivas

 

TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD OBSESIVO-COMPULSIVO (TPOC) 

Al principio del siglo XX, Freud señaló que las personas con TPOC se caracterizaban por tres elementos: orden (que incluye limpieza y meticulosidad), escrupulosidad y obstinación. Otros autores (p. ej., Ernest Jones) describieron a estos individuos como preocupados por la limpieza, el dinero y el tiempo. Estas observaciones fueron repetidamente citadas y ampliadas por la posterior literatura psicoanalítica (en la que el TPOC a menudo era catalogado como “carácter anal”) y la de otras orientaciones diferentes de la psicopatología. La descripción que ofrece el DSM del trastorno está estrechamente vinculada con estas primeras observaciones clínicas, y es uno de los pocos trastornos de la personalidad que ha sido incluido en cada versión del DSM.

En el DSM-IV, el Trastorno de la Personalidad Obsesivo-Compulsivo se encuentra incluido en el Grupo C, junto con el Trastorno de la Personalidad por Evitación y el Trastorno de la Personalidad Dependiente. Estos tres trastornos están agrupados en función de ser personas “ansiosas o temerosas”: a) ante las relaciones sociales (TP Evitativo), b) ante la separación de otros significativos (TP Dependiente), y c) ante la pérdida de control (TPOC).

 

La característica esencial del TPOC es una preocupación excesiva por el orden, el perfeccionismo y el control, a expensas de la flexibilidad, la espontaneidad y la eficiencia. Las palabras clave son “control” y “se debe”. La persona con TPOC sigue unas normas rígidas y tiene unos objetivos elevados. Organiza su vida en torno a su trabajo y sus obligaciones, sin hacer referencia a las relaciones afectivas. En consecuencia, no es nada romántica ni empática: sus relaciones son frías y formales. Se encuentra incómoda ante la ambigüedad, por lo que se adhiere a los dogmas para afrontar los sentimientos contradictorios. Intelectualiza y racionaliza en demasía. Tiende a utilizar la formación reactiva y a disociar lo cognitivo de lo afectivo.

 

Para tener una mejor comprensión del complejo cuadro que compone una personalidad obsesiva-compulsiva se hace necesario primero entender cómo fue su historia evolutiva, qué características particulares marcaron su desarrollo infantil. 

 

Etipatología 

Las personas con TPOC han tenido padres hipercontroladores, que ejercen un control estricto y contienen al infante mediante el castigo y las amenazas. Los límites de los comportamientos reprobados están rígidamente establecidos, y les condenan cada vez que no acatan las normas impuestas.

Junto con lo anterior, otra característica distintiva es que estos niños no son reforzados positivamente por sus padres. Se suelen “dar por sentado” los logros de los niños y rara vez son reconocidos; los comentarios y juicios se limitan casi exclusivamente a señalar las infracciones ocasionales de las reglas establecidas. Estos niños aprenden lo que no deben hacer, para evitar el castigo, pero tienen muy poca idea de lo que pueden hacer, de lo que está permitido.

Por otro lado, los padres pueden ser cuidadores, pero manifiestan este interés con una actitud de “poner a raya” a su hijo. Son padres muy dedicados, pero proporcionan lo que se podría llamar un “cuidado sin afecto”. El padre se dedica completamente al hijo, pero en este dedicarse lo tortura. Por ejemplo, un niño de 3 años al correr por la casa rompe algo, lo que es habitual en un niño pequeño. Lo esperable es que el padre le diga: “¡No corras, ten cuidado!”. Pero esto nunca lo diría este padre porque es una actitud demasiado emocional que no forma parte de su manera de ser. El desea que el hijo piense y razone por lo que ha hecho: lo llama lo pone sobre sus piernas y le pide explicaciones de porqué rompió el vaso. Si el niño le dice que no se dio cuenta, él le dice: “¿Cómo que no te diste cuenta?, ¿un muchacho como vos, no puede ser, piénsalo bien?, vamos explicame porque rompiste el vaso?”. Esto es atormentar al hijo, ya que puede tenerlo una hora exigiéndole explicaciones lógicas que no están al alcance del desarrollo cognitivo de un niño de 3 años. Es un padre que generalmente nunca expresa su enojo, pero hace sentir al niño como un torpe cuando le da una explicación que no le satisface: “¿Cómo me puedes decir eso?, ¡tú eres un niño inteligente, razona mejor!”. Es una exigencia que a los 3 años el hijo ya tiene que comportarse como un “adulto en miniatura” y por tanto ser responsable de todos sus actos.

 

Resumiendo, el exceso de control paterno es un método de educación restrictivo en el que se utilizan procedimientos punitivos para fijar los distintos límites del comportamiento filial. Mientras operan dentro de los límites permitidos por los padres, los niños evitan ser criticados y condenados por aquéllos. Es un procedimiento de ecuación muy eficiente, pero tiene muchas posibilidades de generar patología. Examinemos algunas de estas consecuencias en las últimas etapas del desarrollo neuropsicológico.

Una primer consecuencia es que el niño enseguida aprende que los errores conducen al castigo. La única manera de evitar el castigo y la desaprobación es limitándose a las reglas paternas (ser perfecto). Por temor, se forma para ser obediente y conformista con las expectativas y normas establecidas. Sienten pavor a cometer errores y a aceptar riesgos por temor a generar desaprobación, por lo que operan dentro de los límites permitidos por los padres.

Seguidamente, en la segunda etapa del desarrollo, los niños comienzan a luchar por adquirir habilidades autónomas y por lograr un  sentido de autocompetencia. Estos niños descubren una esfera operativa que les libera de la condenada: restringen sus actividades sólo a las áreas que cuenten con la aprobación parental. Así, el niño obsesivo puede actuar; el muchacho se mueve dentro de unos límites muy circunscriptos y no se puede aventurar más allá de ellos.

Pero en esta resolución, se ha limitado seriamente la autonomía; estos niños no podrán desarrollar el nivel completo de autocompetencia que otros niños menos contenidos adquieren. Como resultado, manifiestan muchas dudas sobre su adecuación más allá de los confines a los que han sido vinculados, con temor a desviarse del “camino recto y estricto”, vacilarán y evitarán las situaciones nuevas, y estarán limitados en cuanto a espontaneidad, curiosidad y arrojo. Anulan sus impulsos de autonomía y evitan explorar lo desconocido por temor a transgredir los límites permitidos. En este aspecto son como los niños dependientes, pero con la diferencia de que aceptan una dependencia que no parte de la comodidad del cariño y de la aceptación, sino del malestar del castigo y del temor al rechazo. Falta un sentido de autocompetencia (sólo le marcan lo malo) y autonomía (hacer lo que dice el padre). Se ha despojado a estos jóvenes de la oportunidad de aprender a tener iniciativa y de encontrar su propia identidad.

Asimismo, la cuarta etapa neuropsicológica se caracteriza porque el adolescente asume la iniciativa y una imagen distintiva cada vez mayor de identidad personal. Pero para que estos signos de individualidad se desarrollen, es necesario que se haya establecido un sentido de autocompetencia, autonomía y diferenciación genérica, tres características que ya no se encuentran en el niño. Los preceptos paternos ya han sido internalizados, ya habrían asumido una “conciencia” interna despiadada, una norma interna ineludible que les evaluaría y les controlaría cruelmente, y que se introduciría de modo implacable para hacerles dudar y vacilar antes de actuar. Ya han aprendido las proscripciones del comportamiento “adecuado” y no osan desviarse irresponsablemente. Los ataques furiosos de culpa y autorrecriminación son persistentes e insidiosos; las fuentes externas de limitación se suplantan a través de inevitables controles de autorreproche interno. Los obsesivos son sus propios perseguidores y jueces, dispuestos a ser condenados no sólo por actos manifiestos, sino también por pensamientos sobre la transgresión. Estos controles internos no les permiten explorar nuevas vías de comportamiento y por tanto, perpetúan los hábitos y las restricciones del pasado. 

 

¿En que consiste la ambivalencia del Obsesivo-Compulsivo? 

Las personas con TPOC, se enfrentan a una lucha interna entre la obediencia y el desafío: por una parte, quieren afirmarse a sí mismas y actuar de forma autónoma y, por otra parte, quieren conseguir la protección de los otros. Es una lucha entre la hostilidad hacia el padre (más adelante, la autoridad) y el temor a la desaprobación (social).

Resuelven su ambivalencia suprimiendo el resentimiento y mostrándose extremadamente respetuosas y cumplidoras, al menos superficialmente. Aceptan las críticas severas y se someten a las reglas establecidas por los demás. Sin embargo, su restricción es simplemente una excusa con la que se engañan a sí mismos y a los demás; tras esta fachada de contención y mesura se ocultan la angustia e intensos sentimientos de oposición que, en ocasiones, escapan a su control. 

 

Características del prototipo Obsesivo-Compulsivo

 

Concepción de sí mismos: dicotómica 

Presentan un sentido de sí mismo dicotómico, por opuestos que se excluyen: aceptado-no aceptado; capaz-incapaz; fuerte-débil; bueno-malo. Resuelven dicho conflicto seleccionando como imagen conciente de ellos mismos el aspecto positivo de la polaridad. Sin embargo, suelen oscilar entre los extremos positivos y negativos.

Temiendo ser (considerados) irresponsables, que no hacen el suficiente esfuerzo o que no pueden cumplir sus expectativas, los obsesivos sobrevaloran los aspectos de su autoimagen que suponen perfeccionismo, prudencia y disciplina. A nivel conciente, se piensan personas entregadas al trabajo, aplicadas, dignas de confianza, meticulosas y eficientes. Sin embargo, si los obsesivos hacen o sienten algo imperfecto llegan a la conclusión de que son personas malas o carentes de valor. Como no es posible ser siempre perfecto, el obsesivo experimenta baja autoestima y depresión; asimismo, la perspectiva de ser imperfecto en el futuro le genera ansiedad, angustia y evitación (“Para ser una persona valiosa debo evitar los errores”).

No sólo aceptan voluntariamente las creencias de las autoridades institucionales, sino que piensan que son “correctas”. Se identifican con estas limitaciones, integrándolas como una manera de controlar sus propios impulsos reprimidos y utilizándolas como una norma para regular también el comportamiento ajeno. Se mueven sobre la base de fórmulas de tipo: “Tengo que hacer…”.

Tienen que rendir cuentas ante su propia conciencia perfeccionista. Además, se hacen eco de un fuerte sentido de obligación con los otros, a los que no deben decepcionar, y evitan sobre todo los comportamientos que puedan desagradarle. Temen causar una mala impresión, demostrar imperfecciones; su reconocimiento equivale al fracaso y a la desaprobación. Sensibles a las críticas. Frecuentemente insatisfechos con  su actuación.

Aunque dudan de sí mismos y sienten culpa cuando no pueden vivir de acuerdo con algún ideal, no son concientes de que suele ser su propia ambivalencia en cuanto a la consecución y su propio deseo inconciente de contravenir la autoridad lo que no les permite conseguir sus deseos.

 

Estrategias: Perfeccionismo y control 

 

Perfeccionismo

Los obsesivos crecieron creyendo que los errores conducen al castigo. En el fondo asecha el miedo a cometer un error y a desagradar(se). Por tanto, la única manera de evitar la desaprobación es ser perfecto. La corrección es una garantía para que no se den reproches. Sus creencias principales son: “Cometer un error es fracasar” y “El fracaso es intolerable”.

Presentan una dedicación excesiva al trabajo y a la productividad, con exclusión de las actividades de ocio y las amistades. Cuando dedican algún tiempo a las actividades de ocio o a las vacaciones, se sienten muy incómodos, a no ser que hayan llevado consigo algo de trabajo, de forma que no estén “perdiendo el tiempo”. Puede haber una gran concentración en el trabajo doméstico (p. ej., haciendo limpieza repetidamente). Si pasan un tiempo con amigos, es probable que sea en algún tipo de actividad organizada (p. ej., deportes). Se toman las aficiones o las actividades recreativas como tareas serias que exigen una cuidadosa organización y un duro esfuerzo para hacerlas bien. Lo que importa es que la ejecución sea perfecta. Estos sujetos convierten el juego en una tarea estructurada (p. ej., diciendo a un niño que aún está aprendiendo a andar que conduzca su triciclo en línea recta, convirtiendo un partido de pelota en una pesada “lección”).

La tendencia al perfeccionismo les lleva a ser muy cuidadosos, a verificar reiteradamente que su trabajo esté adecuadamente realizado, y a descartar errores, lo que da lugar a que les resulte difícil concluir las tareas a su debido tiempo. Hay una planificación continua de actividades. Cada acción es hecha con precisión y seriedad. Consideran todas las opciones. Se fijan en exceso en los detalles. Así, la meticulosidad y perfeccionismo extremos interfieren en la realización de tareas y toma de decisiones (p. ej, es incapaz de acabar un proyecto porque no cumple sus propias exigencias, que son demasiado estrictas). Dudan por miedo a cometer un error. Utilizan la “prudencia” de “mirar antes de dar un paso”. Demoran la acción hasta que esté seguro de que sea correcta (“Si el curso perfecto de una acción no se ve con claridad, es preferible no hacer nada”). Asimismo, presentan dificultades para establecer prioridades; al realizar una tarea están extremadamente pendientes de las reglas, detalles triviales, formalidades, etc., que suelen perder de vista el objetivo principal, y confundir los aspectos formales de la tarea con la tarea en sí. Por ejemplo, se retrasa la finalización de un informe escrito debido al tiempo que se pierde en reescribirlo repetidas veces hasta que todo quede prácticamente “perfecto”. Los objetivos se pierden y los aspectos que no constituyen el objetivo actual de la actividad pueden caer en el desorden.

 

Control, orden y sistematización

Para contener sus impulsos rebeldes y de oposición, y asegurar que no escapan a su control, los obsesivos se vuelven claramente conformistas y sumisos. Intentan mantener la sensación de control mediante una atención esmerada a las reglas, los detalles triviales, los protocolos, las listas, los horarios o las formalidades.

Incapaces de enfrentarse a lo nuevo y lo imprevisto, sólo pueden pasar a la acción cuando están absolutamente seguros de que su conjunto limitado de comportamientos se puede aplicar y es correcto. Su mejor salida es entonces simplificar y organizar su mundo para asegurarse de qué es lo que pueden hacer y eliminar las complejidades que requieren decisiones e iniciativa. Su ambiente debe ser familiar, guiado por reglas y normas explícitas y las que estipula el curso de acción esperado y permitido. Se mantienen en unos límites muy estrechos y se confinan a la repetición de lo familiar.

De esta forma, para evitar la ambivalencia generadora de ansiedad, los obsesivos se vuelven intensamente rígidos y obstinados. Defensivamente, aprenden a limitarse a situaciones familiares y a acciones que confían que serán aprobadas. En estas situaciones, los obsesivos pueden detener la ansiedad y las autorrepresalias “haciendo lo correcto”. Sin embargo, en situaciones nuevas o ambiguas se paralizan por la indecisión y la ansiedad, porque desconocen las consecuencias de las diferentes respuestas posibles. Cuando las normas y los protocolos establecidos no dictan la respuesta correcta, la toma de decisiones se convierte en un proceso de larga duración y a menudo doloroso.

El precio que tiene que pagar por este planteamiento rígido y estricto es muy elevado. Las emociones sutiles y la imaginación creativa simplemente son incompatibles con la naturaleza deliberada y mecánica del estilo obsesivo. Por otra parte, la repetición de la misma rutina aburrida les previene de experimentar percepciones y maneras nuevas de abordar su entorno. Se limitan las oportunidades de aprender nuevos comportamientos o de observar el mundo con una mirada nueva y más flexible. Están tan preocupados por hacer las cosas de la única forma correcta, que les cuesta estar de acuerdo con las ideas de nadie más. Estas personas planifican meticulosamente cualquier detalle y son reacios a considerar la posibilidad de un cambio.

 

Mecanismos de defensa: Formación reactiva/identificación 

Utilizan muchos “mecanismos de defensa” con el fin de dominar con rigor sus sentimientos y disposiciones contrarios. A diferencia de los demás tipos de personalidad, utilizan activamente una gran variedad de acciones defensivas. La más peculiar es probablemente el uso de la formación reactiva. Este mecanismo queda patente cuando tratan de dar un giro positivo a sus pensamientos y comportamientos, emprendiendo acciones socialmente plausibles, que en realidad, son del todo opuestas a sus sentimientos profundamente prohibidos y contrarios. Por ello, en público tienden a mostrar una sensatez madura cuando se enfrentan a circunstancias que en muchas personas suscitarían consternación o irritabilidad.

La manera de funcionar congraciadora y servil de muchos compulsivos, sobre todo en circunstancias que normalmente suscitan frustración e ira en los demás, puede llegar a ser la inversión de sus impulsos escondidos y contrarios. Como no se atreven a exponer sus verdaderos sentimientos de desafío y rebeldía, limitan estos sentimientos de una manera tan rigurosa, que dan paso a sus opuestos.

Dos de las técnicas más eficaces para transformar los impulsos negativos, y que además permiten que éstos salgan a la superficie, son la identificación y la sublimación. Al tener un modelo de autoridad punitivo al que emulan, pueden justificar la ventilación de sus impulsos hostiles hacia otros y probablemente serán encomiados. Gran parte de la rígida moral de los compulsivos refleja este mismo proceso. Los mecanismos de sublimación tienen funciones similares. Los sentimientos inconcientes de hostilidad que no pueden tolerarse de manera conciente suelen expresarse de un modo socialmente aceptable a través de profesiones como la de juez, decano, soldado o cirujano. Los padres imperiosamente moralistas y las madres “cariñosas”, aunque con un control excesivo, son las maneras más frecuentes de limitar y a menudo camuflar la hostilidad oculta.

Otro de los mecanismos psíquicos, el aislamiento y la anulación, no suponen una vía de escape para los impulsos rebeldes sumergidos, pero sirven para ponerlos en tela de juicio. Los individuos obsesivos también dividen en compartimientos o aíslan su respuesta emocional a una situación. Bloquean o neutralizan los sentimientos que suelen surgir a partir de acontecimientos estresantes y, por tanto, se aseguran frente a la posibilidad de reaccionar de un modo que pueda causar problemas o desaprobación.

Si transgreden los mandatos de las figuras de autoridad o no llegan a cumplir sus expectativas, pueden realizar determinados rituales para “anular” el mal o la equivocación que piensan que han cometido. De esta manera, buscan el perdón de sus pecados y, por tanto, recuperar la buena voluntad que temen haber perdido.

 

Melina Villalonga
Psicóloga | Matrícula 4027
Directora de AREAP
Terapeuta cognitivo
Sexóloga y Educadora Sexual
Docente del seminario “Psicoterapia Cognitiva” en la Facultad de psicología (UNR)
melinavillalonga@hotmail.com

 

Julio de 2013

 

Bibliografía 

Aaron T. Beck, Arthur Freeman & otros. Terapia cognitiva de los trastornos de personalidad. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2005

Millon, Theodore & Davis, Roger D. Trastornos de la personalidad. Más allá del DSM-IV. Primera edición 1998. Reimpresiones 1999 (2), 2000, 2003, 2004. Barcelona: Editorial Masson.

Amparo Belloch & Héctor Fernández Álvarez – Trastornos de la personalidad. Editorial Síntesis S.A., 2002

American Psichiatric Association. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV.